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Diógenes y Los Cínicos

Publicado en

Charla del 8 de Octubre de 2012

A  los miembros de SINOPE de ROMO,
que haciendo honor a Diógenes el perro,
“son fieles a sí mismos,
ladran a los aduladores y muerden a los malvados”
por Santos Pérez

1. Introducción

Al iniciar esta reflexión quiero traeros el recuerdo de un gran amigo de Diógenes, aunque no se conocieron personalmente, pues Diógenes vivió en el s. IV a C., y Nietzsche, a quien me refiero, nació en el XIX y murió cuando se iniciaba el XX. Pero fue uno de los grandes admiradores de Diógenes y el cinismo clásico. Dejó dicho:

El cinismo es lo más elevado que puede alcanzarse en la tierra; para conquistarlo hacen falta los puños más audaces y los dedos más delicados.

También Nietzsche fue un extemporáneo cuando escribía la obra que iba a revolucionar el pensamiento y la sensibilidad occidental con su libro “El origen de la tragedia”. Mientras la estaba escribiendo él mismo se decía: “Estoy oyendo retumbar los cañones de la guerra franco-prusiana y yo preguntándome por los antiguos griegos sobre lo apolíneo y lo dionisíaco”.

Tal vez si se hubiera hecho caso de esas dos dimensiones que anidan en el corazón humano podría haberse evitado la primera guerra mundial. Pues en los imperios antagónicos había algo de común en todos: las clases dominantes en dichos imperios tenían una doblez de comportamiento: el apolíneo de las buenas formas por el que proclamaban las bondades, moral intachable y buenas costumbres y el dionisiaco, oculto en las buenas sociedades y en los individuos, pero empujaba a los hombres a los burdeles por la puerta de atrás, mientras sus desocupadas esposas se entretenían manejando los hilos de la conspiración, los negocios y los amores inconfesables.

Pero Nietzsche era un extemporáneo: llevaba, como su admirado Diógenes el mismo estigma: atrayente, pero peligroso.

En realidad siempre tuvo conciencia de ser un intempestivo, como lo fue el cínico. Y sus armas filosóficas fueron muy similares: el sarcasmo, la ironía; nada de discursos elaborados: aforismos y sentencias breves, para que la palabra fuera directamente al blanco, con la precisión de los arqueros persas.

Así es que bienvenido ese punto de locura con el que habéis venido a participar en esta reflexión sobre los cínicos.

Pero aún quisiera otras compañías para esta reflexión. Primero un filósofo vivo, esta vez, que ha escrito la obra Crítica de la razón cínica, Peter Sloterdijk, y de la cual ha dicho nada menos que Habermas, que es la obra más importante desde 1945.

 

 

2. Diferentes cinismos

De Sloterdijk vamos a tomar uno de los conceptos de cinismo actual:

“Saber la verdad, darnos cuenta de que todo ha sido desenmascarado y seguir adelante, como si no pasara nada.”

Y de García Gual, autor al que básicamente seguiré para el cinismo clásico, objeto de nuestro estudio:

Dice este autor que la lengua alemana distingue desde mediados del s. XIX entre Kynismus y Zynismus, siendo el segundo término el que denomina el cinismo en general y es el primero el cinismo histórico, el de la escuela filosófica helena que fue pasando a los manuales de historia del pensamiento. Así es que Kynismus deriva de kyon –> can. Y los kynikoi o cínicos eran unos filósofos que desde el emblema del perro actuaban con la palabra o el gesto en el Ágora o en las calles. Fueron estos cínicos clásicos unos mil, dispersos por Grecia y el mundo romano. Pero sólo estudiaremos los inicios, centrándonos sobre todo en Diógenes.

Otro autor que destaca, entre los apoyos que he utilizado para transmitiros esta reflexión, es Michel Onfray, en su obra Cinismos (Retrato de los filósofos llamados perros)

Y en un apéndice de la obra enteramente dedicada a Diógenes y los cínicos clásicos dedica también un comentario del cinismo actual o lo que él llama cinismo vulgar, del que comentaremos algunas características, junto al comentario de Sloterdikj.

3. Potencia simbólica del gesto

¿Y qué hay de histórico y qué de mito o leyenda en estas historias de Diógenes y los cínicos?

No puede negarse la pertinencia de esta pregunta en un pensamiento crítico. Pero quienes han intentado contestarla con rigor, sin desfallecer, se han convertido en eruditos a los que les ha costado años de trabajo para acabar contestándola sólo a medias. Y es que como en la mayoría de los autores del s. V y IV a. C., sólo se conservan fragmentos, y a partir de ellos, hay que reconstruir el texto con métodos arqueológicos y filología comparada. De modo que las fuentes directas son problemáticas.

La fuente indirecta más completa y más cercana es la obra de Diógenes de Laercio (tocayo de Diógenes de Sínope, el cinico) Vidas de los filósofos más ilustres, escrita en el s. III d. C., y que es consulta obligada de la mayoría de los autores que han escrito sobre el cinismo.

Pero los estudiosos de este tema, como Garcia Gual, han sabido recomponer su pensamiento a partir de citas en obras cercanas a los primeros cínicos, como en Jenofonte y en Platón y, claro está, han tenido que aprender a leer entre líneas, pues ni Antístenes ni Diógenes gozaban de la simpatía de éstos. Por otra parte, cínicos posteriores como Luciano y Juliano han dejado escritos amplios de los primeros cínicos, a quienes tratan con admiración.

En fin, como el propio Garcia Gual reconoce, no se trata en una introducción de hacer un estudio erudito sino más en sintonía con estos autores, entrar en el potencial de su pensamiento intentando conservar la frescura y falta de corrección con la que ellos querían comunicarse: a través de la potencia del gesto.

Ejemplo: Tomemos la conocida anécdota en la que Diógenes está tomando el sol, se acerca a él Alejandro Magno y le Diógenes y Alejandro Magnopregunta:

-¿Qué puedo hacer por ti?

-Apártate, que me das sombra –le contesta, indicándoselo con un movimiento de la mano.

Ahí es nada, un sólo gesto. Analicemos el contenido de tal potencia.

Sentado, un hombre vestido con un simple manto, se deja acariciar por el sol concentrado en sí mismo, pues sabe que él mismo es su centro de referencia, que no necesita conquistar el exterior, ni convencer a nadie, ni alcanzar dinero ni fama, ni adular a otros, ni atemorizarlos, pues como aprendió de su maestro Antístenes, lo que a su vez él había aprendido de su maestro Sócrates: la única conquista que merece la pena es la de uno mismo.

Caminando hacia él se acerca un hombre joven, vestido con túnica blanca y sandalias doradas, camina con solemnidad. Su cabeza va erguida por la petulancia, mientras apoya su mano en la empuñadura de su espada, aunque su mirada hacia el hombre sentado no es de suficiencia, incluso si no temiera ser descubierto por la escolta que le acompaña, se habría dibujado en su rostro un gesto de admiración.

Imaginemos que la escolta, ante la descarada contestación del pordiosero a su emperador se hubieran dirigido amenazantes a Diógenes:

-¡Quietos! Ninguno de vosotros le llega a la suela de los sandalias gastadas y polvorientas de este hombre –les habría dicho, cortándoles el paso con su fuerte brazo, y volviéndose rápidamente se habría marchado, mientras les comentaría eso que tantos autores recogen con mínimas variaciones: “De no ser Alejandro Magno me hubiera gustado ser Diógenes”

4. Pensamiento y actitud de la filosofía cínica

Como es de suponer, una figura como la de Diógenes da mucho para hablar, exagerar, tergiversar, y más aún tratándose de la cultura mediterránea. Por eso conviene centrarnos y concentrar el pensamiento y su acción filosófica en los primeros cínicos: Antístenes, Diógenes, Crates y Mónimo.

La desvergüenza. No todos la practicaron del mismo modo, pues difícilmente puede hacerse en un grado tan extremado como Diógenes. Pero todos compartían el fundamento y su necesidad. El ejemplo máximo de desvergüenza, de impudicia es el perro, pues realiza sus necesidades fisiológicas sin esconderse, a pleno sol y cuando le viene en gana. Por eso, para los griegos, el perro representa la máxima desvergüenza reflejado ya por Homero en la Iliada y en la Odisea. Por eso, para ellos, aidos (vergüenza, respeto, sentido moral) había sido traído a la tierra por el dios Hermes (el dios mensajero), directamente enviado por Zeus, y también trajo a los griegos dike (la justicia). Estos son los pilares de la sociedad griega, sobre ellos se establecen las normas y se regulan las leyes, el nomos.

Un tema de frecuente debate en la filosofía griega fue el de physis frente a nomos. Las diferentes escuelas y filósofos se decantaban más o menos a favor de uno u otro. Pero nadie se decantó tan extremadamente a favor de la physis, no concediendo ningún valor al nomos, como los cínicos.

La Physis, la Naturaleza, era el ejemplo a seguir: comportarse como los animales era al menos un signo de autenticidad, una piedra firme en la que apoyarse en medio de la progresiva degeneración de las costumbres sociales, cada vez más artificiosas en las formas de vestir, en el trato. Crecía la ambición, los aduladores, se complicaba la sociedad cargando a las personas de responsabilidades innecesarias.

Los cínicos “se cagan” literalmente en las costumbres sociales.

Comenta Dión de Prusa, un escritor romano del s. I, la siguiente anécdota de Diógenes:

Así hablaba Diógenes, y lo rodeaban muchos, y escuchaban muy complacidamente sus palabras. Pero recordando, me imagino, la máxima de Heracles, dejó de hablar, y puesto en cuclillas comenzó a realizar una de sus indecencias.

 

Indecencia le parece al escritor romano, pero no a Diógenes, muy al contrario, la anaideia, el descaro, la desvergüenza es una virtud para los cínicos, un acto de auténtica fortaleza moral, pues pone en entredicho las costumbres cada vez más perversas, más insanas, más antinaturales de sus conciudadanos.

Así es que cuando a Diógenes, para insultarlo, le llaman perro, echándole encima todas las connotaciones negativas que en esa cultura el animal tiene, él recibe ese epíteto con orgullo, y hace de la desvergüenza el emblema de su filosofía: nada tan ajustado como “perro” para denotar su actitud: naturalismo desvergonzado, ajeno a las preocupaciones de los hombres.

Ya se ve que esta actitud no es la de alguien que por pura pereza o desprecio realiza ocasionalmente un acto desvergonzado. En los cínicos esta conducta ha sido meditada y ensayada (se sabe de algunos cínicos que educaban a sus discípulos con entrenamientos para practicar la desvergüenza en la calle). Es porque han visto que a mayor cultura, mayor artificiosidad, más mentira en el vivir cotidiano. Se busca acumular dinero y prestigio social, y eso lleva a la alienación y a la permanente frustración, y para solucionarlo se propugnan cargos sociales que generan adulación y dependencia y desarrollan la vanidad. Por eso ellos optan por una vida de descompromiso social, de renuncia a los cargos públicos y a la riqueza que puedan generar. Y también están en contra de las ciencias, salvo de aquél conocimiento que busca la areté (la virtud), que para los griegos significaba excelencia. Para alcanzarla hay que practicar la ascesis. Para ello se necesita esfuerzo. Vivir con lo mínimo, tener el cuerpo siempre preparado para soportar las caminatas, el frio, el calor y cualquier otro condicionamiento externo para no depender de nada ni de nadie, alcanzar la autarquía personal.

En resumen, los cínicos son desvergonzados, ascetas, atletas (tal vez esto no todos, pero hay que tener en cuenta que su fundador, Antístenes fundó su escuela en un gimnasio, además de venerar a Heracles como el máximo  y el más excelente de todos los héroes), buscaban en definitiva alcanzar la ataraxia (imperturbabilidad), estado ideal de todo sabio, que ya era una seña de identidad de la filosofía socrática, está también en Platón y sobre todo en los epicúreos y, prácticamente de un modo casi exclusivo en los estoicos (estos dos últimos por influencia de los cínicos). Este estado producía el mayor grado de independencia, de autarquía, que sería el logro de la virtud y llevaría a la felicidad.

5. Antístenes, el fundador

Había sido discípulo de Gorgias, un brillante sofista. Y como todos ellos cobraba por las enseñanzas (al menos al principio).

El s. V es un siglo muy rico en muchos aspectos en la democrática y populosa Atenas. Como se sabe, la democracia ateniense tenía cargos de obligada participación de todos los ciudadanos, por turnos, y otros por elección. Aunque la riqueza influía indirectamente, los cargos de los aspirantes a ser elegidos había que ganárselos convenciendo con la palabra en la arena pública. Las familias bien situadas económicamente, contrataban a maestros de retórica para preparar a sus hijos. Estos maestros eran los sofistas, que dominaban todos los aspectos del arte de la oratoria. Sócrates, que para muchos es considerado un sofista más, se enfrentaba a todos los demás, considerando que no debía cobrarse por enseñar la virtud y porque los sofistas no buscaban la verdad sino sólo el convencimiento.

AntístenesAntístenes acabó optando por Sócrates por quien sintió una progresiva admiración, hasta el punto que, siendo él ya profesor, aconsejaba a sus alumnos que acudieran a escuchar a Sócrates. Fue además uno de los testigos de la muerte de Sócrates, que como se sabe ocurrió con toda solemnidad: una muerte serena, hablando con sus discípulos, explicándoles que prefería morir con dignidad que vivir sin ella, tuvo que ser muy impactante para todos. Algunos, como Platón que abominó de la democracia porque había condenado injustamente a su sabio maestro, elaboró un sistema filosófico abstracto con una utopía presidida por el Bien, y una República organizada por una oligarquía de sabios.

Por su parte, Antístenes, fundó una escuela en un gimnasio, el Cynosarges, y así como la entrada a la Academia de Platón estaba presidida por un letrero que decía “nadie entre que no sepa matemáticas”, Antístenes las rechazó y rechazó también todo conocimiento científico. Sólo consideró útil el conocimiento que llevara al aprendizaje de la virtud. Y leía con sus alumnos los mitos para interpretar y entresacar del comportamiento de los héroes las enseñanzas que llevaban a la virtud.

Era un trabajo riguroso de exégesis. Hay un breve fragmento conservado en el que dice: “El fundamento de la educación es la investigación de las palabras”

Este conocimiento, el auténtico significado de las palabras, sí que era muy necesario, pues había que combatir la demagogia en la que había ido cayendo la democracia. Y como tal demagogia se desarrollaba en el intento de aparentar la verdad y la bondad para conseguir cargos y prestigio e influencia en los negocios, Antístenes rechazó participar en cargos ni políticos, ni públicos.

Recordemos –como nos señala García Gual –que la moral colectiva griega se basa en la aprobación que el triunfador recibe de la colectividad. Pues bien, Antístenes no solo prescinde de esa aprobación, sino que educa para saber cómo y por qué hay que prescindir de ella.

Le dijeron un día:

-Son muchos los que te admiran, Antístenes.

Y contestó.

-¿Pues qué mal he cometido?

Antístenes poseía una gran cultura, pero prescindió de todo tipo de bienes y comenzó a vivir vistiendo un manto que llevaba siempre y un bastón. Esta indumentaria pasará a los cínicos, que le seguirán en eso y en sus ideas. En el caso de Diógenes, todas serán llevadas al extremo.

Hay en Antístenes la añoranza de la vieja nobleza cantada por Homero y Hesíodo, buscando de nuevo los valores perdidos que encarnaban los héroes.

Así Heracles encarna el esfuerzo y la tenacidad, la valentía y la capacidad para vivir en solitario.

Ulises además de tenaz es astuto, sabe ser útil solucionando problemas. Por tanto, el nuevo ideal de la nobleza es el del sabio: esforzado buscador de la verdad útil, que es la verdad ética.

Y el sabio, para mantenerse en forma, deberá practicar la ascesis y la gimnasia, para mantener así el alma libre de la influencia de todo tipo de condicionamiento y conseguir así la ataraxía.

 

6. Diógenes

Nació en Sinope (Una ciudad del sur del Mar Negro) en el 400 a. C. y murió en Corinto en 323 a. C., pero sobre todo vivió en Atenas. Asume y acepta toda la doctrina de Antístenes, pero llevada totalmente a la práctica de un modo radical y extremado.

Muy joven fue expulsado de Sinope, acusado de falsificar monedas, delito que también atribuyeron a su padre. SobreDiógenes y los perros este hecho de la falsificación de las monedas, cabe destacar un hecho histórico y un mito.

El hecho histórico tiene fundamento arqueológico. Se han encontrado monedas falsificadas con el sello del padre de Diógenes. ¿Por qué lo hicieron?. No está claro que lo hicieran por motivos de enriquecimiento ilegítimo, pues había guerra con los aliados de los persas y pudo realizarse la falsificación con fines estratégico-políticos.

El mito ha servido para acompañar como un aura la vida filosófica de Diógenes. Pues se decía que había recibido del oráculo de Delfos el mandato de “reacuñar la moneda”: Transmutación de los valores, cuyo intento volverá a repetirse a finales del s. XIX por Nietzsche, en el ámbito occidental.

Por mandato del oráculo o sin él, lo cierto es que Diógenes se identificó por completo con esa misión. La hizo vocación exclusiva, la asumió como destino propio, como su ethos: todo lo que hacía y decía buscaba ese objetivo: transmutar los valores de su sociedad.

Las polis griegas se habían organizado como lugares de encuentro, de verdadera convivencia. Pero poco a poco se habían convertido en un bullicio urbano sin sentido, donde la gente intentaba aparentar, medrar; el comportamiento natural cedía el paso a la hipocresía, la adulación, la demagogia, la codicia. La moneda de cambio frecuente era la artificiosidad. “Reacuñar la moneda”, significa, por tanto, una vuelta a la naturaleza, al comportamiento natural (Diógenes y los cínicos, son, por tanto, predecesores muy adelantados de Rousseau). Y Diógenes lo hace del modo más radical y extremado que jamás lo haya hecho, de modo planificado y consciente, ser humano alguno. Pero en todos los cínicos está este ideal de vida.

La vida en sociedad ha deformado, distorsionado la verdadera naturaleza humana. De tal modo la ha transformado la artificiosidad que resulta misión imposible encontrar hombres ya.

Diógenes sale en pleno día con una linterna buscando hombres, pero no encuentra ninguno, a pesar de desgañitarse gritando: ¡¡Busco hombres, busco hombres!!. Y como alguien se le acercara pretendiendo serlo le daba un empujón diciendo: “¡He dicho hombres!”

Esta era su actitud vital: salir a la calle y provocar reacciones que sirvieran para desenmascarar la hipocresía social, su falta de naturalidad. Muchas veces no hacía falta que él provocara, pues la alienación humana había producido tal falta de conciencia que la vida convencional se vivía como si fuera natural. Así, unos jóvenes, viendo su atuendo en una fiesta en la que ellos y la mayoría de los invitados visten lujosamente le llaman: “¡Eh, perro, ven aquí!”

Entonces él, se dirige a ellos y les mea. Y ante la sorpresa y enfado de ellos, responde:

“Pues qué, ¿no me habéis llamado perro? ¿Y no está en la naturaleza de los perros mear dónde y cuando les plazca? No debéis, por tanto, sorprenderos ni enfadaros”

Pero lo habitual es que acuda a las grandes urbes para explicar allí sus concepciones filosóficas o producir gestos, tomar actitudes, etc., ante grandes multitudes.

Dion Crisóstomo, gran escritor y orador del s. I nos explica los motivos:

“Había advertido que Corinto era el lugar de reunión de gran cantidad de gente, a causa de su puerto y de sus damas de compañía, y porque la ciudad estaba situada en una especie de cruce de caminos de Grecia. Además, [Diógenes] pensaba que así como un buen médico debe ir a socorrer a las personas allí donde abundan los enfermos, es conveniente que el sabio se establezca allí donde hay mayor número de necios, a fin de desenmascarar y corregir su estupidez”

 

  • Su método

La única forma de sanar, de salir dela estupidez, de la alienación de esas vidas es volver a la naturaleza, como señalábamos arriba.

En el pensamiento griego, uno de los debates de mayor interés lo había suscitado el de physis (naturaleza) frente a nomos (norma, costumbre, ley de convivencia social). Pues bien, los cínicos optaron claramente por la physis frente al nomos, pero Diógenes lo hacía en cada gesto de su vida.

La Academia de Platón fundamentaba el conocimiento y la búsqueda de la verdad en el pensamiento lógico. No es éste el método de Diógenes.

Michel Onfray lo ha visto, cercano al de Nietzsche, como juego.

Otro gran admirador de Nietzsche –Sloterdikj, en Crítica de la razón cínica-, también ha visto la filosofía de Diógenes como un pensamiento y una actitud en la búsqueda de la verdad, en oposición no sólo a la filosofía de Platón, sino de todo idealismo:

         “La aparición de Diógenes señala el momento dramático en el proceso de la verdad de la filosofía europea: mientras la <<alta teoría>> a partir de Platón corta irrevocablemente los hilos para una encarnación material, para con ello entretejer los hilos de la argumentación y lograr así un entramado lógico, emerge una variante subversiva de << teoría inferior>> que exagera la encarnación práctica de su doctrina hasta convertirla en una pantomima grotesca”

Por ejemplo: Platón había definido al hombre como “bípedo implume”. Pues bien, un día Diógenes se presento en la Academia de Platón y en mitad de su clase magistral arrojó un pollo desplumado diciendo: “Esto es el hombre de Platón», dio media vuelta y se marchó.

Debió reinar un impresionante silencio durante algunos instantes, hasta que comenzaron las risitas y los comentarios en voz baja: “Ahí tienes tu <<hombre>>, Platón”

Y muy humillado tuvo que sentirse al tener que modificar su primera definición añadiendo: “de uñas planas”.

La verdad es demasiado compleja como para confiar exclusivamente en la lógica, en las conclusiones a partir de premisas que sólo contienen definiciones. Hay que jugar y jugársela en cada instante de la vida con todos los medios que ésta pone a nuestro alcance. Y uno de esos medios es la refutación de la argumentación idealista.

De nuevo Sloterdikj:

“El quinismo griego descubre como argumentos la animalidad del cuerpo humano y de sus gestos y desarrolla un materialismo pantomímico. Diógenes refuta el lenguaje del filósofo con el del payaso.”

 

Por eso reclama en primer lugar la parheseia, libertad de palabra, y en segundo lugar la anaideia, libertad de acción.

La palabra no se organizará en largos y sistemáticos discursos, sino que buscará las sentencias breves, para que lleguen al interlocutor rápidas y certeras como flechas, y también la oportunidad, para jugar con el momento, el acontecimiento, la situación, empleando el retruécano, e incluso la contradicción, siempre la ironía y frecuentemente la mordacidad.

Pero no basta la palabra. Son necesarios los gestos, la acción, la actitud. Ya la forma austera de vestir constituye de por sí una denuncia visible y silenciosa.

Tenía Diógenes la costumbre de entrar al teatro cuando todos los demás salían. Y como le llamaran la atención por tal manía contestaba: “Es mi forma de ir por la vida: siempre a contracorriente.” Pero a nadie se le escapaba que había en ese gesto una crítica a la obra representada.

Y en esas costosas, arriesgadas, dificultosas actitudes, destacaba la actitud de desvergüenza.

 

Ya que la mayoría de los males: la codicia, la adulación, la demagogia, la estupidez… están protegidos, ocultos tras las formas suaves, las buenas costumbres, las normas de urbanidad, el único modo de desenmascararlos es utilizando la desvergüenza: la más dura forma de ir contracorriente, el juego como método en su máxima osadía.

  • Objetivo

Y todo eso ¿para qué?, cabe preguntarse. Para alcanzar la areté, la virtud, la excelencia. Este es el camino que lleva a la ataraxia, la imperturbabilidad, que sólo llega a alcanzar el sabio, y con ella la autarquía, el control de sí mismo, y por tanto la independencia, la libertad.

Dice al respecto Michel Onfray:

“Obrar según el punto de vista cínico es esculpir la propia existencia como una obra de arte. Una vida debe ser el resultado de una intención, un pensamiento y un deseo, y todo hombre debe ser como el artista que apela al conjunto de su energía para producir un objeto irrepetible, único.”

El cínico concentra toda su energía en construirse a sí mismo. Es radicalmente rebelde, pero no es revolucionario. No quiere hacer prosélitos, pues eso supondría un acatamiento de los convencionalismos que rompería la independencia personal. No tiene patria y se declara con orgullo ciudadano del mundo, pues su patria, como la de toda la naturaleza es el universo.

7. Crates (368-268 a. C.)

Nació y murió en Tebas, ciudad que destruyó Alejandro y éste, cuando ya Crates era famoso le prometió reconstruir, a lo que el sabio contestó:

“No quiero una patria semejante que otro Alejandro pueda destruir”

CratesContestación que no sólo encierra la insolencia del sabio ante el poderoso, sino también ese espíritu de predisposición a ser apátrida, ciudadano del mundo, como su maestro Diógenes, aunque en su caso, a diferencia de su maestro, él no era un meteco. Muy al contrario, nació en el seno de una familia acaudalada y prestigiosa en Tebas. Pero tras conocer a Diógenes, su doctrina y su personalidad, lo abandonó todo. Tomó, como su maestro, el báculo y la capa y abandonó Tebas con esta proclama:

“Crates libera a Crates de Tebas. Gracias a ti, Fortuna, maestra del bien para mí, me envuelvo sin cuitas en mi manto.

Mi patria es mi pequeñez y mi pobreza, a las que no puede afectar ya ningún cambio de fortuna; mi ciudad es la de Diógenes, a quien la envidia nunca puso asechanza.”

 

Crates enseña la doctrina de su maestro Diógenes, con la misma ironía, el mismo humor y los mismos métodos que su maestro, pero con un tono mucho más cordial. Hasta el punto que le llamaban “Crates el filántropo”. Y es que al mismo tiempo que denunciaba los convencionalismos y sus tiranías, empleaba mucho tiempo en servir de mediador y pacificador de disputas familiares. Algunas casas habían escrito en su dintel. “Entrada para Crates, buen genio”.

También escribió. Sobre todo parodias sobre obras bien conocidas, que aprovechaba a ridiculizar o desdramatizar aspectos, disolviendo su mensaje.

Es famoso también este personaje porque fue coo-protagonista de una  historia de amor que dio que hablar durante muchos años.

La hermana de su discípulo Metrócoles, llamada Hiparquia, se enamoró de Crates. Este hizo lo posible porque desistiera, explicando a ésta el tipo de vida que la aguardaba, pues él ya se había orientado en una forma de vida difícil de llevar y que no estaba dispuesto a renunciar. Pero esto no la disipó, sino todo lo contrario. Así es que Crates se dispuso a gastar el último cartucho. Fue donde ella y se desnudó diciéndola que ese cuerpo escuálido era cuanto podía ofrecerle.

Pero no desistió y se fue a vivir con él llevando también un sólo manto que sólo se lo quitaba para hacer el amor con él a plena luz en la calle.

En la misma línea que sus maestros, pero desde la perspectiva de mujer quiso criticar la convención social que limitaba el papel de la mujer al hogar y a los hábitos femeninos, y se dedicó también a escribir.

Diógenes de Laercio recoge de forma muy fundamentada la explicación que dio ante alguien que criticaba su modo de vida: “Es justo lo que hago –dijo-, empleo tanto tiempo a mi educación como el que he empleado en el telar.” No fue una Penélope, desde luego.

Hiparquia es así la primera filósofa y la primera feminista de Occidente.

8. Mónimo (Siracusa, 399 – 300 a. C.)Monimo

Otro de los cínicos clásicos de la época de Diógenes. No nos extenderemos demasiado. Señalar, que como Crates y Diógenes escribió y vivió utilizando este tipo de parodias de sus maestros, pero apenas se le conocen escritos ni anécdotas. Eso, sí, una muy sonada. Siendo esclavo de un gran banquero, un día ante la vista de todos los clientes lanzo a lo alto un gran número de monedas. El amo concedió la libertad a alguien tan poco fiable para ese negocio, y él se marchó libre por fuera y por dentro, con tiempo libre para escuchar a Diógenes y sus compañeros.

9. La linterna de Sloterdikj

Señala el autor que la filosofía de Diógenes y sus seguidores se pasó por alto frente a los grandes sistemas de su época como el platónico, el aristotélico y la Stoa. Se vio en los cínicos un mero juego satírico, a mitad de camino entre la diversión y la porquería.

En el kynismos se encontró una forma de argumentar con la que el pensar serio, hasta ahora no ha sabido qué hacer. Lo ha mantenido en la sombra y, cuando ha podido, en la más absoluta oscuridad. Así es que tomando prestada la linterna de Diógenes, Sloterdikj va a iluminarnos algunas de esas sombras.

El problema más importante, por sus consecuencias, es que el sistema filosófico de Platón y de Aristóteles era extremadamente racional y abstracto, sobre todo el de Platón. Esta interpretación de la realidad era muy favorecedora, en muchos aspectos, de la clase dirigente. Véase sino el concepto tripartito del alma de Platón, relacionado con las clases sociales: Racional e inmortal: era el alma de los dirigentes, situada en la cabeza. Irascible, era el alma de los guerreros defensores de la ciudad, situada en el pecho. Finalmente, el alma concupiscible se situaba en el bajo vientre, era expresión de los instintos y necesidades más bajas: era el alma de la plebe.

Tenemos en Platón una clásica y primera muestra de clasismo ontológico. Es decir, las diferencias de clase vienen dadas por la naturaleza. La cultura, la moral, la convención social, sojuzgando la naturaleza.

Pero Diógenes (cuya inteligencia, como la de su admirador Nietzsche, estaba en su nariz) pronto comenzó a oler a podrido en estas filosofías y en estas convenciones sociales:

Citamos a Sloterdikj:

“Diógenes presintió el engaño de las abstracciones idealistas y la insipidez esquizoide de un pensar cerebralizado. De esta manera se convierte en el primer pensador de resistencia satírica. Y así inaugura el diálogo no-platónico, actuando como sátiro pensante, como comediante. Las flechas mortíferas de la verdad penetran allí donde las mentiras se ponen a cubierto tras autoridades.

Aquí, la <<teoría inferior>> pacta por primera vez una alianza con la pobreza y la sátira. A partir de ahora se hace palpable de una manera sencilla el sentido de la insolencia. Desde que la filosofía sólo de forma hipócrita es capaz de vivir lo que dice, le corresponde a la insolencia decir lo que vive.

[…] En una cultura en la que los idealismos endurecidos convierten las mentiras en formas de vida, el proceso de verdad depende de si hay personas que sean suficientemente agresivas y libres (desvergonzadas) para decir la verdad.

Frente a Platón y Aristóteles que son pensadores del señorío, Diógenes y los suyos oponen una reflexión esencialmente plebeya.

En línea con lo anterior, quisiera comentar sólo un aspecto más de los muchos en los que reflexiona este autor: El principio de corporización. Este principio llevaba a Diógenes a masturbarse públicamente no porque estuviera en desacuerdo en que los demás realizaran de manera privada estos actos, sino porque la convención social criticaba y prohibía realizarlos en la calle. Y él pensaba que “naturalia non sunt turpia” (En la naturaleza no encontramos nada de lo que tengamos que avergonzarnos).

Está en contra de la represión sexual que tiene dimensiones públicas, por eso él publica su acto antirrepresivo, del mismo modo que Crates e Hiparquia hacían el amor a plena luz.

Como ya hemos señalado, un pensamiento que quería precisión para la ciencia y certeza para el comportamiento moral en la historia de occidente, no podía dejar pasar tranquilamente el mundo de los sentidos. Así es que este mundo ha sido relegado a las sombras siempre que el poder político, religioso y militar han podido, que ha sido la mayoría de las veces. Pero no siempre. Hay están los carnavales desde la Edad Media llenos de sensualidad y de sátira y muchísimas manifestaciones artísticas y literarias.

Incluso formas de vida completas, por decirlo así, al estilo de los cínicos, como los hippys y grupos alternativos. Como cantidad de personas  que en los últimos tiempos se han dado cuenta de que el sistema les pide un alto precio, un enorme sacrificio permanente de su cuerpo, y han decidido liberarlo yéndose a vivir al campo o a pueblos pequeños.

Sloterdikj comenta también que la doble moral de la burguesía es el intento siempre expresado, pero nunca logrado (tal vez porque no se intentaba de verdad) de suprimir de la realidad el mundo material y sensible. Así en la casa bendecida donde reinaban las buenas formas no se tiraban pedos ni se hablaba de prostíbulos, ni de mierda, ni de genitales… Pero el psicoanálisis ha tenido que bucear en el subsuelo para curar esas patologías producto de la represión. Y la nueva conciencia ecológica (cuyo máximo ejemplo es sin duda Diógenes) nos recuerda que no podemos olvidarnos de que somos seres evacuadores y debemos hacernos cargo de nuestras basuras.

Un último aspecto consideraremos de este autor: el sentido fisonómico. Este es sin duda el que mejor ha resistido la represión lingüista-racionalista. Pues el gesto comunicativo hunde sus raíces en la pre-humanidad. A Sloterdikj le parece que puede encontrarse todo un código de cinismos varios en la articulación de la boca al hablar y al escuchar.

Responde a lo que dice Stanley Kaleman: “Tu cuerpo habla a tu mente”

Sloterdijk en su crítica pretende hacer una reivindicación del kinismo (o sea, del cinismo original clásico) que mostraba con toda claridad y con toda naturalidad lo que hacía y decía.

El cinismo actual, para Sloterdijk es difuso y complejo. Y como he encontrado tal variedad de interpretaciones y de desatinos, sólo citaré una de las más fiables y a la vez breves.

Cito a Francesc Torralba. El País Opinión 21 de Febrero 2010:

El cínico es el último eslabón del criticismo, la consciencia desgraciada de la Ilustración, el gato escaldado por las ideologías. Como insinúa Peter Sløterdijk, sólo se mueve por el instinto de autoconservación a corto plazo. Experimenta una cierta ternura frente al joven alternativo, al rebelde antiglobalización y al ecologista convencido; una suerte de piedad frente a los que sueñan que otro mundo es posible. Viene de vuelta de todo, pero, en el fondo le devora una melancolía que mantiene bajo control emocional. Es un conformista, lleva tatuada en su epidermis la mentalidad TINA (There is no alternative), pero aparenta creer en algo, da la impresión que tiene convicciones y, de hecho, sigue en el Partido, en la Iglesia o en la ONG de turno, pero sólo él sabe que ya no cree en nada más que en conservar su statu quo. El cinismo difuso es el gran mal a combatir, una especie de virus que campa a su aire por el mundo social y político.

Dice Michel Onfray que hay muchas formas de cinismo vulgar y reúne las características predominantes en casi todas ellas:

La esencia de esta retórica engañosa estriba en subordinar exclusivamente la acción a la eficacia, al éxito, sin dar lugar a ninguna otra consideración. El pragmatismo funciona como una garantía seudofilosófica: lo verdadero se confunde con lo eficaz, con lo que surte efecto. Difundida por la expresión proverbial, esta lógica se concentra en la fórmula según la cual el fin justifica los medios. En nombre del realismo, se sitúa del lado del sueño y la utopía todo aquello que invita a interpolar alguna preocupación ética entre el resultado y el método.

El cínico vulgar se manifiesta ante todo en virtud del sacrificio evidente que hace del estilo en favor del éxito.

Y señala el autor tres ámbitos donde el cinismo vulgar ha funcionado en la historia: El religioso, el militar y otro menos preciso que propone que gire en torno al cinismo mercantil.

El cinismo vulgar religioso arranca del suelo mismo que pisaron Antístenes y Diógenes y que ellos ya combatieron en vida. Era altamente significativo que el anuncio que presidía la entrada a la Academia de Platón dijera: “Nadie entre que no sepa matemáticas”. La ciencia matemática era garantía de exactitud, de eficacia y control para no dejar ningún cabo suelto a la hora de establecer la esencia de la vida. El alma inmaterial, pura espiritualidad, sin contagio alguno de la materialidad corpórea, agotaba la esencia del ser humano: en ella residía la inteligencia, la bondad y todas las buenas cualidades humanas. Si el ser humano no era bueno o tenía defectos era debido a su contacto con el cuerpo, del cual se libraría con la muerte, puesto que este era perecedero, insuficientemente real. La máxima y perfecta realidad era la del alma, por eso era inmortal. Y este dualismo lo aplicaba Platón no sólo al ser humano, sino a toda la realidad. El cristianismo neoplatónico, cuyo máximo representante fue San Agustín adoptó también este dualismo: alma inmortal, permanentemente iluminada por Dios, en la que residen todas las bondades humanas, frente al cuerpo material y corrupto que se desprenderá del alma con la muerte y que es el ámbito de las tentaciones, donde infatigablemente actúa el demonio.

El cinismo vulgar religioso consiste, por tanto, en presentarnos como lo más real y más verdadero lo que es ideal e irreal, y como perecedero inauténtico, fuente de todos los males al verdadero mundo real que vemos con nuestros ojos y tocamos con nuestras manos.

El cinismo militar

El cinismo militar – dice nuestro autor -consiste en presentar el apocalipsis guerrero o terrorista como algo útil, necesario para mantener el orden establecido o para producir un orden nuevo. El fin disciplinario justifica los medios brutales y desenfrenados.

Y, también Platón, en La República, nos da las características que deben tener los salvaguardas del orden:

“las cualidades del guerrero son agudeza para rastrear, agilidad para perseguir y fuerza para combatir.”

Quien realiza la descripción más descarnada, hasta el punto de la obscenidad es Maquiavelo. En El arte de la guerra dice:

“el oficio de las armas obliga a la violencia, a la rapiña, a la perfidia y a una multiplicidad de otros vicios que necesariamente hacen malo al hombre honesto».

Pero a un verdadero militar el ejercicio de la lucha pronto le desculpabiliza y le hace gozar en la batalla:

«Ved -prosigue- con qué virtud, con qué facilidad, con qué tranquilidad masacran a sus adversarios»

Señala Onfray que:

El cinismo militar es vulgar por cuanto propone los medios más bárbaros -agresividad, asesinatos, torturas, odio, salvajismo, violaciones, pillajes, desdén- para lograr fines enmascarados con oropeles por completo diferentes: triunfo de la civilización, el orden, la libertad, la independencia.

Y no se libran de ello los revolucionarios que en principio decían luchar por la justicia:

El cinismo revolucionario enseña que para alcanzar el nuevo orden previsto todos los desórdenes posibles e imaginables son admisibles, en espera de un mañana venturoso. Leamos la fórmula clásica del cinismo vulgar en la pluma de uno de sus defensores más célebres:

«Desde un punto de vista universal, la necesidad justifica el derecho a actuar; el éxito justifica el derecho del individuo».

Y otro afirma: «El medio sólo puede ser justificado por el fin».

El primero es Adolfo Hitler y el segundo León Trotski: cínicos vulgares, emblemáticos si los hay.

El cinismo comercial para Onfray abarca la crítica al capitalismo a partir de que el principio cínico “el fin justifica los medios” es del todo aplicable pues el capitalista convierte al trabajador, a la persona (que como diría Kant, es un fin en sí mismo) en un mero medio de sus fines económicos.

Y recoge otras críticas que ya había hecho Baltasar Gracián con sus agudezas. Tipo «No todas las verdades se pueden decir: unas porque me importan a mí, otras porque al otro».

Pero tanto para una crítica al capitalismo como para el mundo picaresco en el que vivió Baltasar Gracián debemos dedicar estudios aparte que se salen del objetivo de esta charla.

Volvamos un instante, para finalizar, a Grecia. La actual y la antigua.

Leemos un fragmento, interrumpido, de un artículo de Rafael Argullol “Alegato contra la codicia”:

“¡Los codiciososos!, ¡los codiciosos!, cree Dimitris Christoulas escuchar en la plaza Sintagma de Atenas, bajo el cielo azul, situada tan solo a unos kilómetros del corazón antiguo, la Acrópolis, donde exactamente hace 2.454 años se representó por primera vez Antígona, y el hombre cantó a lo más elevado de sí mismo:

“Muchas cosas hay portentosas, pero ninguna tan portentosa como el hombre” proclama en el teatro el coro de ancianos.

A Diógenes le faltaban aún 24 años para nacer, así es que no pudo asistir a la representación de Antígona, pero de haber podido, seguro que en esta ocasión no habría entrado de espaldas.

Porque le habría emocionado observar la valentía de Antígona, una mujer que se enfrenta al poderoso rey Creonte cuya codicia le había llevado a negar la sepultura de su hermano acusándole de traidor a la patria.

Porque esta valerosa mujer habría sabido poner la humanidad por encima de las leyes que amparan el poder codicioso.

Y desde entonces Diógenes habría salido con su farol gritando: ¡¡Busco hombres, Busco Antígonas!!

Volvamos al texto de Argulloll:

Dimitris Christoulas dispara contra sí mismo.

Al caer se lleva un retazo del azulísimo cielo de Grecia.

¡¡Todos somos griegos!! -gritó el poeta romántico Shelley Ojalá lo sigamos siendo –y ahora más que nunca- porque es el lugar donde por primera vez resonó con fuerza, desde la Acrópolis bajo el cielo azul, el canto de la humanidad contra la codicia.

 

BIBLIOGRAFÍA

García Gual, C. “La secta del perro”, Alianza, Madrid

Galiano, M. “De Platón a Diógenes”, Taurus, Madrid

Bracht Branham, R y M, Goulet-Cazé “Los cínicos”, Seix Barral, Barcelona

Sloterdikj “Crítica de la razón cínica”, Siruela (Muy bueno en el sentido de que estudia el cinismo, no sólo de Diógenes y los suyos, sino de nuestra sociedad actual, muy en profundidad. Pero es un tocho. Hay que tomárselo con calma para digerirlo. Si tenéis interés, me lo hacéis saber.)